Aquesta d'avui dóna continuïtat a l'Entrada "Europa, què t'ha passat Europa?" de 10 de maig passat a partir de la celebració del dia d'Europa.
Aprofitant que ahir dia 9 es celebrava el dia d'Europa va ser un bon moment per a reflexionar al respecte... i ho faig a partir del discurs que el Papa Francesc va fer a la ciutat del Vaticà davant les autoritats europees, en el moment de rebre el premi Carlemagne.
Després de plantejar-los una pregunta incòmoda -Europa, què t'ha passat Europa?- proposà 3 línies d'actuació, 3 possibles solucions: integració, comunicació i capacitat de generar. Transcric la segona part del discurs del pontífex als líders europeus dedicada a la capacitat d'integrar.
Esta transfusión de memoria nos permite inspirarnos en el pasado para afrontar con valentía el complejo cuadro multipolar de nuestros días, aceptando con determinación el reto de «actualizar» la idea de Europa. Una Europa capaz de dar a luz un nuevo humanismo basado en tres capacidades: la capacidad de integrar, capacidad de comunicación y la capacidad de generar.
Capacidad de integrar
Erich Przywara, en su magnífica obra La idea de Europa, nos reta a considerar la ciudad como un lugar de convivencia entre varias instancias y niveles. Él conocía la tendencia reduccionista que mora en cada intento de pensar y soñar el tejido social. La belleza arraigada en muchas de nuestras ciudades se debe a que han conseguido mantener en el tiempo las diferencias de épocas, naciones, estilos y visiones. Basta con mirar el inestimable patrimonio cultural de Roma para confirmar, una vez más, que la riqueza y el valor de un pueblo tiene precisamente sus raíces en el saber articular todos estos niveles en una sana convivencia. Los reduccionismos y todos los intentos de uniformar, lejos de generar valor, condenan a nuestra gente a una pobreza cruel: la de la exclusión. Y, más que aportar grandeza, riqueza y belleza, la exclusión provoca bajeza, pobreza y fealdad. Más que dar nobleza de espíritu, les aporta mezquindad.
Las raíces de nuestros pueblos, las raíces de Europa se fueron consolidando en el transcurso de su historia, aprendiendo a integrar en síntesis siempre nuevas las culturas más diversas y sin relación aparente entre ellas. La identidad europea es, y siempre ha sido, una identidad dinámica y multicultural.
La actividad política es consciente de tener entre las manos este trabajo fundamental y que no puede ser pospuesto. Sabemos que «el todo es más que la parte, y también es más que la mera suma de ellas», por lo que se tendrá siempre que trabajar para «ampliar la mirada para reconocer un bien mayor que nos beneficiará a todos» (Evangelii gaudium, 235). Estamos invitados a promover una integración que encuentra en la solidaridad el modo de hacer las cosas, el modo de construir la historia. Una solidaridad que nunca puede ser confundida con la limosna, sino como generación de oportunidades para que todos los habitantes de nuestras ciudades —y de muchas otras ciudades— puedan desarrollar su vida con dignidad. El tiempo nos enseña que no basta solamente la integración geográfica de las personas, sino que el reto es una fuerte integración cultural.
De esta manera, la comunidad de los pueblos europeos podrá vencer la tentación de replegarse sobre paradigmas unilaterales y de aventurarse en «colonizaciones ideológicas»; más bien redescubrirá la amplitud del alma europea, nacida del encuentro de civilizaciones y pueblos, más vasta que los actuales confines de la Unión y llamada a convertirse en modelo de nuevas síntesis y de diálogo. En efecto, el rostro de Europa no se distingue por oponerse a los demás, sino por llevar impresas las características de diversas culturas y la belleza de vencer todo encerramiento. Sin esta capacidad de integración, las palabras pronunciadas por Konrad Adenauer en el pasado resonarán hoy como una profecía del futuro: «El futuro de Occidente no está amenazado tanto por la tensión política, como por el peligro de la masificación, de la uniformidad de pensamiento y del sentimiento; en breve, por todo el sistema de vida, de la fuga de la responsabilidad, con la única preocupación por el propio yo»[6].
Continuarà...
Algunes apreciacions:
- Són les nostres ciutats, llocs de convivència entre diversos àmbits i nivells?
- Convivim o vivim al costat però sense contacte?
- Ens apropem geogràficament o també culturalment, enriquint-nos de la diversitat?
- Integrem? I si ho fem, ho fem al mateix ritme? o esperem que es converteixin en nosaltres?
- El rostre d'Europa s'ha distingit per les característiques de les diverses cultures.
I afegeixo jo:
- Des del nostre espai dins d'Europa, el rostre d'Espanya és el de la diversitat de cultures i nacions? Sap l'Estat respectar-les i valorar-les?
- I des de l'encara més petit espai que és Catalunya, és cert que vivim més fàcilment el sentiment de pertinença europea, però... com ho fem amb els nouvinguts que ens han fet passar dels 6 milions (finals del s.XX) als 7'5 milions de catalans actuals?
La capacitat d'integrar comença per la d'apropar-se. Tu ho fas? o esperes que l'altre doni el primer pas?
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